sin nombre

El noveno cigarrillo del insomnio se quemaba en mi boca, estaba sentada en una silla de paja, no me acuerdo. Una y tres de madrugada, ya era viernes, y la luna  intrépida y sigilosamente me acusaba. Por qué los amantes no pueden dormir? No solo los de corazón alquilado toman diazepan para olvidar. Tengo sed y mi paladar exquisito me pide café o el sabor de mi pulgar de algún libro alternativo. No podía dormir, fumaba mirando a Bonifacio, el gato del vecino quien tiene un circo clandestino. Fumaba mirando la calle con la ventana abierta, la pista maltrecha y asesina, donde el animal buscaba una amante felina. Hacia frío, mucho frío en mi corazón y mi cuerpo quieto y paralelo, sin forma y constancia se perdía en la noche larga. Me sentía bien, demasiado bien, y mi décimo cigarrillo se consumió prendido en mi cenicero favorito.