sin nombre

El noveno cigarrillo del insomnio se quemaba en mi boca, estaba sentada en una silla de paja, no me acuerdo. Una y tres de madrugada, ya era viernes, y la luna  intrépida y sigilosamente me acusaba. Por qué los amantes no pueden dormir? No solo los de corazón alquilado toman diazepan para olvidar. Tengo sed y mi paladar exquisito me pide café o el sabor de mi pulgar de algún libro alternativo. No podía dormir, fumaba mirando a Bonifacio, el gato del vecino quien tiene un circo clandestino. Fumaba mirando la calle con la ventana abierta, la pista maltrecha y asesina, donde el animal buscaba una amante felina. Hacia frío, mucho frío en mi corazón y mi cuerpo quieto y paralelo, sin forma y constancia se perdía en la noche larga. Me sentía bien, demasiado bien, y mi décimo cigarrillo se consumió prendido en mi cenicero favorito.

Amorefímero

Y el día llegó,
así como llegan las golondrinas sin avisar,
y su intuición olvidada, no se equivocaría.
Manos frías sudando
piernas torpes temblando
y el corazón...trillado una vez más.

Y la noche llegó, y lo vio
así como la pupila a los primeros rayos del sol
cegados de tanto amor
y el último cigarrillo que quedaba se terminó.

Esa canción de los dos en la estación sonando,
las mismas almas de siempre caminando
y ellos dos parados, se miraron,
sin poder evitar,
sonreír y reír,
como esas risas que se confunden con felicidad 
o ansiedad.

Ni una palabra inmutaron
ni las golondrinas saludaron
ni el viento, ni él, ni yo
como dos amores efímeros
en la ciudad gris
como fueron los primeros
en no aprender a darle fin.