Cuento francés del siglo 21

Había una vez un pan francés llamado Don Fermín.
Don Fermín solía tomar sol en la ventana de la cocina para conservarse fresco.
Don Fermín acompañado de su hijo Migajito no usaban bloqueador.
Ambos tenían la suerte de no ser degustados por los patrones e invitados.
Un día, la fe de Don Fermín fue puesto a prueba.
Pues, Migajito iba a ser devorado por un sujeto que buscaba sin reparo algún alimento que satisfaga su estómago rugiente, tal cual un león hambriento.
Don Fermín saltó de la alacena a la mesa haciendo uso de sus cualidades heroicas que por cierto no dieron resultado.
Cracjhfdck!, Don Fermín se fracturó la cadera izquierda.
Migajito no pudo ser rescatado de las manos de aquel hombre que manoseaba y arruinaba su bronceado.
Migajito fue sumergido en un taza con leche chocolate caliente.
Don Fermín quedó parapléjico.
Colorín colorado, el sujeto hambriento su cena ha acabado.

Nunca es tarde para volver a empezar

Había perdido la esencia de la vida, las pocas esperanzas que aún quedaba en mis ganas de vivir y de pronto me vi ahí, sentado en la arena blanca y casi perfecta que me envolvía como un cangrejo ermitaño. Al comienzo sentí miedo, era la primera vez en muchos años que la naturaleza se apoderaba de mis cinco sentidos que en ese momento funcionaban a la perfección. El aire y  la brisa del mar se convirtieron en cómplices para hacerme sentir que aún podía respirar libertad, el sonido de las olas en las rocas era la melodía más hermosa que había escuchado y el horizonte se perdía con una simpleza y elegancia tal cual yo había escapado de mi tortura.
Había olvidado como soñar despierto, pero todo lo que veía ese momento era real, tan real que el nudo en mi garganta me estaba ahogando. Eran las seis de la mañana y sabía que en cualquier momento el sol iba ha asomarse sin reparo para mostrarme de lo que me había perdido todos estos años. De pronto, el cielo era una mezcla de azul, morado y rosado con manchas rojas que se esparcían junto con los rayos del sol que golpeaban mi cara. Al instante, mis ojos se cerraron, tenía miedo de abrirlos y despertar de nuevo en mi celda antigua y un poco gastada. Sentí nostalgia.

Me despertó el sonido de las gaviotas y el cielo azul me confirmó que no había sido un sueño. No sabía qué hacer o qué haría, no sabía qué seguía después de todo lo pasado y vivido, no tenía hambre ni sueño y un sentimiento de angustia se apoderó de mi mente. No tenía a nadie en la vida, solo seguía sentado en la arena blanca y perfecta y me sentí afortunado. Todos me estarían buscando, y la familia que solía tener, tal vez ya me había olvidado. Los minutos pasaban mientras recordaba mi vida en la cárcel, me quité lo poco que tenía en el cuerpo, ya era hora de liberarme del pasado. Estoy desnudo como Dios me trajo al mundo, dije.

Mi cuerpo consumido se perdía en el mar y me enamoré. Si mis amigos estuvieran aquí se volverían locos, pensé. Sin embargo, estaba viejo y solo en el lugar más hermoso que había visto en mi vida sin saber qué hacer. Entonces, me di cuenta que la esencia perdida de mi vida nunca cambió estando aquí, pues había vivido mucho y ya no quería más. Una vez más miré al cielo y agradecí haber estado aquí, no importa si fue un sueño o pasó en verdad, simplemente sentí la satisfacción de encontrar la paz y el verdadero significado de la libertad. Me sumergí en el mar y dije: Nunca es tarde para volver a empezar.